La recreación histórica se ha convertido en una actividad que, con casi medio siglo de existencia y millares de aficionados por todo el mundo, acumula un enorme caudal de experiencia práctica en cuestiones tan peculiares, y en apariencia esotéricas, como saber la cantidad de rubia tinctoria necesaria para teñir dos metros cuadrados de tela o el modo de evitar el roce de una loriga de malla en el cuello. En ocasiones, estos conocimientos, de escasa utilidad en el mundo moderno, pueden resultar valiosos para la filmación de películas de género histórico. No tanto por el interés de las productoras −por lo general inexistente− de lograr una evocación fidedigna del pasado, sino porque ese bagaje en maniobras militares puede acortar o simplificar un rodaje. Cuanto el tiempo es sinónimo de dinero, los productores prefieren no arriesgar.